Las Navidades pasadas, la cadena británica ITV estrenó Downton Abbey, una de esas pequeñas grandes series inglesas de tan sólo 7 capítulos. Pero Downton Abbey no tiene nada de pequeña. Me perdí la oleada de fervor que la serie produjo cuando estaba en emisión y también el rebufo que se vivió cuando Antena 3 se puso a emitirla en España. Pero ya lo dicen... más vale tarde que nunca. Y nunca es tarde si la dicha es buena.
Y la dicha ha sido más que buena. Necesitaba una serie tan adictiva como Downton Abbey para quitarme el mal sabor de boca que algunas de las series que sigo me están dejando últimamente. Y quizá, algo peor: para curarme de la indiferencia que muchas de las series que sigo me provocan. Downton Abbey ha sido un remedio infalible que ha llegado justo a tiempo.
La serie arranca con el hundimiento del Titanic, es decir, en 1912, y esta primera temporada se cierra con el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914). En el marco de principios del siglo XX, pues, se desarrolla la historia de esta familia aristocrática que vive en el campo, no demasiado lejos de Londres. Los herederos a la propiedad de la familia fallecen en la tragedia naval, dando lugar a una serie de quebraderos de cabeza, intrigas y romances que afectarán a todos los habitantes de la casa. Tanto a los de arriba como a los de abajo.
Porque, heredera directa como es de Arriba y Abajo (una serie que disfruté en TV3 cuando yo era muy pequeña), en Downton Abbey vemos ese choque entre el mundo de los señores y los sirvientes, que viven tan cerca pero a la vez tan lejos, que son a la vez extraños y familia. Un abanico de personajes sublimes y un reparto formado por actores y actrices excelentes.
No falta el mayordomo omnipresente, el ama de llaves que se pregunta si ha tomado el camino correcto, el ayudante de cámara con oscuro pasado, las jóvenes y afables criadas y también los otros criados: los malvados y retorcidos; arriba están los señores y las señoritas, los pretendientes, la vieja viuda de lengua afilada... Y en todas partes: los cotilleos, las intrigas, las alegrías y las miserias.
Entre los factores a destacar: los diálogos, sobre todo las frases lapidarias de Violet, la Condesa Viuda de Grantham (la vieja de lengua afilada a la que me refería antes), interpretada por la gran Maggie Smith, y como momento simpático me quedaría con el “But... what is a week-end?!”. Sus reparos ante la electricidad, el teléfono, y otros signos de modernidad también son realmente dignos de ver. Este es otro punto fuerte de la serie: la ambientación y el reflejo de las maneras de pensar y de la sociedad de la época.
Una serie en la que resulta muy fácil hacerse en seguida con un favorito, ya que los personajes no son lo que se dice “complicados”: hay malos muy malos, buenos muy buenos, buenos que son buenos cuando les interesa, malos que están en camino de volverse buenos y buenos que antes fueron muy malos y ahora tienen que ser más buenos que nadie para enmendar errores.
A los que les gusten los topicazos: sí, Downton Abbey es, en definitiva, una serie de personajes (¡boom!). Pero yo preferiría etiquetarla como una serie costumbrista tremendamente adictiva, además de como una serie de época muy bien hecha y que se ve moderna. No sé cómo explicártelo mejor. Tendrás que verla. Y no te arrepentirás, sino que te quedarás esperando con muchas ganas su segunda temporada, que llegará en unos meses.
Y la dicha ha sido más que buena. Necesitaba una serie tan adictiva como Downton Abbey para quitarme el mal sabor de boca que algunas de las series que sigo me están dejando últimamente. Y quizá, algo peor: para curarme de la indiferencia que muchas de las series que sigo me provocan. Downton Abbey ha sido un remedio infalible que ha llegado justo a tiempo.
La serie arranca con el hundimiento del Titanic, es decir, en 1912, y esta primera temporada se cierra con el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914). En el marco de principios del siglo XX, pues, se desarrolla la historia de esta familia aristocrática que vive en el campo, no demasiado lejos de Londres. Los herederos a la propiedad de la familia fallecen en la tragedia naval, dando lugar a una serie de quebraderos de cabeza, intrigas y romances que afectarán a todos los habitantes de la casa. Tanto a los de arriba como a los de abajo.
Porque, heredera directa como es de Arriba y Abajo (una serie que disfruté en TV3 cuando yo era muy pequeña), en Downton Abbey vemos ese choque entre el mundo de los señores y los sirvientes, que viven tan cerca pero a la vez tan lejos, que son a la vez extraños y familia. Un abanico de personajes sublimes y un reparto formado por actores y actrices excelentes.
No falta el mayordomo omnipresente, el ama de llaves que se pregunta si ha tomado el camino correcto, el ayudante de cámara con oscuro pasado, las jóvenes y afables criadas y también los otros criados: los malvados y retorcidos; arriba están los señores y las señoritas, los pretendientes, la vieja viuda de lengua afilada... Y en todas partes: los cotilleos, las intrigas, las alegrías y las miserias.
Entre los factores a destacar: los diálogos, sobre todo las frases lapidarias de Violet, la Condesa Viuda de Grantham (la vieja de lengua afilada a la que me refería antes), interpretada por la gran Maggie Smith, y como momento simpático me quedaría con el “But... what is a week-end?!”. Sus reparos ante la electricidad, el teléfono, y otros signos de modernidad también son realmente dignos de ver. Este es otro punto fuerte de la serie: la ambientación y el reflejo de las maneras de pensar y de la sociedad de la época.
Una serie en la que resulta muy fácil hacerse en seguida con un favorito, ya que los personajes no son lo que se dice “complicados”: hay malos muy malos, buenos muy buenos, buenos que son buenos cuando les interesa, malos que están en camino de volverse buenos y buenos que antes fueron muy malos y ahora tienen que ser más buenos que nadie para enmendar errores.
A los que les gusten los topicazos: sí, Downton Abbey es, en definitiva, una serie de personajes (¡boom!). Pero yo preferiría etiquetarla como una serie costumbrista tremendamente adictiva, además de como una serie de época muy bien hecha y que se ve moderna. No sé cómo explicártelo mejor. Tendrás que verla. Y no te arrepentirás, sino que te quedarás esperando con muchas ganas su segunda temporada, que llegará en unos meses.
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